Encender
la televisión es suficiente. Opositores u oficialistas, los medios deben hacer
foco en la noticia. Para celebrar su muerte algunos. Para conmoverse y lamentar
su temprana ausencia otros. Lo que ambos no pueden negar es la congoja de una
multitudinaria e inmensa marea roja que serpentea en las calles esperando
despedir a su líder. Ni tampoco que esos hombres y mujeres se sienten, desde la
llegada de su “comandante”, protagonistas de la historia mundial.
Hugo
Chávez era militar, pero antes un político. Nacionalista popular influenciado
por un hermano izquierdista, entendió que la política viciada y un ejército
clasista no podían dar lugar a una democracia auténticamente representativa.
Constituyendo un movimiento renovado de militares y tras una intentona fallida
de toma del poder, fue lo suficientemente capaz de advertir las posibilidades
de una vía democrática hacia el socialismo (retomando el modelo de Allende en
Chile) y al mismo tiempo elevar la presencia, entonces subterránea, de un
imaginario popular de glorias emancipadoras en tanto recuperación de la
historia para un proyecto de emancipación nacional. De esta manera, logró que la
política mudara de una tradición gerencial (poco) representativa a una
democracia popular revolucionaria constituyente a través de gestión y cesión de
voz al pueblo organizado.
Hábil
comunicador de lo público en su programa “Aló presidente”, el líder bolivariano
era consciente de la necesidad de que por primera vez el sistema político
venezolano rindiera cuentas ante la ciudadanía, transformando la oportunidad
televisiva en un ámbito de enseñanza y recepción de las demandas ciudadanas.
Junto al aprendizaje de lo político, el
problema de la educación fue una meta permanente del gobierno, preocupación que
fue resuelta en gran parte al ser declarada Venezuela país libre de
analfabetismo en 2005 por la UNESCO, a través de la sucesiva implementación del
programa cubano “Yo sí puedo”.
Uno
de los aspectos menos inocentemente cuestionados ha sido la perduración del
mandatario en el ejecutivo presidencial, al punto tal de falsear la imagen de
Bolívar inventándolo liberal a modo de contraste. El Libertador, al igual que
Hugo Chávez, creía en la necesidad de un mandato presidencial lo más extenso
posible, a modo de llevar adelante de forma ininterrumpida las transformaciones
sociales necesarias para una sociedad igualitaria. No desconocían ambos que, en
los pueblos que comienzan a transitar una senda de afirmación y reivindicaciones,
no hay ideas previas que movilicen sino que éstas se van formando al calor de
los progresos propios y que los liderazgos se conforman desde la informalidad
de quién se atreve a proyectar lo posible inimaginable, en una audacia que
lleva a interpelar el presente y al poder real que construye las relaciones de
dominación e injusticia. La figura de Chávez, aglutinaba así a la ciudadanía en
tanto representación de una política que implicaba el gradual mejoramiento y
protagonismo de los sectores más vulnerados. La contrapartida de las
acusaciones de autoritarismo que se propagaron por la prensa liberal a lo largo
del mundo están dadas en el sometimiento permanente del oficialismo a
elecciones democráticas y las atribuciones concedidas a las organizaciones comunales
en tanto autoridades territoriales de representación.
Otra
de las conquistas de las que ha formado parte a nivel sudamericano son la
transformación del MERCOSUR en quinta economía mundial con el ingreso de
Venezuela y el alto protagonismo en la destrucción del ALCA y las creaciones de
UNASUR y CELAC, ámbitos de defensa de la democracia, integración y discusión
para una Latinoamérica para los latinoamericanos.
Hugo
Chávez debe ser valorado en calidad de latinoamericano orgulloso, transmisor de
autoestima en un subcontinente gobernado entonces por ideas neoliberales que
las distintas sociedades habían acogido. Se había optado por la dominación
“suave” (aunque dejará en la calle a miles de compatriotas) a un proyecto de
afirmación soberana. Por ello, el arribo de Chávez al poder, y la consiguiente
politización e ideologización del pueblo venezolano, debe ser aceptada como un
cambio cultural significativo y una demostración desagradable para los
partidarios de contubernios y gobernanzas entre gallos y medianoches, en una
visibilización que se trasladó a Sudamérica en tanto proceso genuino de
resistencia y puesta en práctica de un pensamiento de sí y para sí en las
naciones de la Patria Grande. La recuperación de la palabra “socialismo” como
eje de una política de permanente reforma, en abierta confrontación con el
esquema neoliberal impuesto tras la caída del Muro de Berlín, y la recuperación
de una retórica antiimperialista destinada a evitar la injerencia
estadounidense sobre la soberanía de los países americanos, significan un compromiso de lucha por una
sociedad sin privilegios cuya expansión ideológica tiene hoy una repercusión
continental indispensable para la defensa de modelos productivos, democráticos
e inclusivos.
Con
la pérdida de Hugo Chávez, no es Venezuela la que pierde a un presidente sino
América Latina la que, como sucedió con Néstor Kirchner, pierde a un líder cuya
presencia sobrepasa los caprichos de la biología y se manifiesta en el pueblo
que lo llora en estas horas.
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