(Con un atraso considerable, valgan estas consideraciones. Lo tardío de la polémica no retrae la importancia del acontecimiento, sus interpretaciones y sus posibles conclusiones)
La reciente visita de Vargas Llosa a la Argentina en la ceremonia inaugural de la Feria del Libro ha provocado honda repercusión y una confrontación sólo posible por la ignorancia de los acontecimientos y el interés explicito de las organizaciones no gubernamentales adherentes a una sociedad de mercado.
La polémica
La polémica tuvo inicio a fines de marzo de este año, cuando el escritor Horacio González realiza una carta pública al presidente de la Cámara del Libro, Carlos de Santos, para que el reconocido escritor peruano no fuera orador el 20 de abril en la conferencia inaugural de la feria, a la que atribuye una implícita manifestación política a lo largo de su historia.
La libertad de expresión es un derecho clásico, proclamado a inicios de la cadena de derechos iniciada con las revoluciones burguesas. Puede coincidirse plenamente en que a Vargas Llosa, escritor de reconocida trayectoria en la letras latinoamericanas avalada por un Nobel, no debería prohibírsele la palabra ya que es imaginable la impaciencia de un público de seguidores para escuchar al autor y mucho menos cuando éste no es un autor local.
Pero, cabe aclarar, no hubo en verdad un pedido de censura, sino que simplemente se sugirió que no sea el inaugurador de la Feria del Libro de Buenos Aires (1), lo que parece atinado: Vargas es un polemista cuya dedicación plena en los últimos años no ha sido conferenciar sobre literatura sino atacar a los regímenes latinoamericanos y, por consiguiente, a los votantes de esos gobiernos. Tal actitud, es claro está, una abierta provocación a las mayorías, a quienes les niega inteligencia para participar de los asuntos públicos.
Sin embargo, los medios de mayor control en la comunicación hablaron de “censura de intelectuales K”, ya que González era miembro del espacio Carta Abierta, donde se apoya el rumbo ideológico de medidas de gobiernos promovidas por los gobiernos de Néstor Kirchner y la actual presidenta Cristina Fernández. También se dijo que el gobierno argentino intentó censurarlo a través de un funcionario, cuando en verdad González es ante todo un reconocido sociólogo especializado en la construcción de los imaginarios nacionales y populares, y luego un director de la Biblioteca Nacional, figura que en verdad necesita de un amplísimo consenso respecto a la trayectoria intelectual que el cargo amerita. Este rumor no tuvo más que un móvil, alentado por el invitado y aprovechado por un sector de la oposición y el oligopolio mediático: mostrar que Argentina posee un gobierno autoritario que bloquea el libre debate y restringe la libertad de prensa.
La ficción en el discurso político de Vargas Llosa
Si bien es sabido que Vargas Llosa es un reconocido representante de la literatura latinoamericana, cuyo prestigio como tal se ha visto galardonado por un premio Nobel, es imaginable que su figura pública se el de un estudioso difusor de la literatura y no un entusiasta militante de la concentración de la riqueza y la exclusión social, es decir, de la doctrina neoliberal. Observando su trayectoria pública reciente y paradójicamente, Vargas ha asumido como virtud su militancia política y no sus dotes de escritor. En síntesis, ha utilizado su prestigio literario para emitir opiniones políticas sobre cualquier país en que caiga su antojo, siendo un veedor ideológico de los grupos que lo financian.
Sin embargo, no pretendemos renegar de la "politicidad" de Vargas Llosa, jamás cuestionaríamos al hombre que se compromete con una idea sin importarle que es una decisión de la que no hay vuelta atrás. Lo que sucede es que pareciera que Vargas tuviera muy poco claro que piensa, y esto seguramente se advertiría mucho más fácilmente si muchos de los obsecuentes que lo entrevistan lo instaran a profundizar sobre el contenido de sus argumentos. El empleo de definiciones tajantes y descalificadoras a las que acude el escritor peruano no definen una verdad ni la demuestran, aunque es probable que una retórica semejante cobre mayor impacto sobre auditorios con recursos intelectuales pobres. En este sentido, vale reiterarle a los productores de información su responsabilidad de que, siendo expositores de noticias y opiniones, no han buscado jamás la imparcialidad ni la veracidad, lo que se demuestra en la virulencia de os titulados o el desigual trato y exposición para con ocasionales invitados.
Algunos han terciado en la discusión, y han afirmado sentir vergüenza por el tratamiento indigno que le era dado a un Nobel ya que su persona ameritaba respeto por su aguda inteligencia de fino polemista. Sin embargo, exhibir pergaminos para negar el análisis -acto intelectual por excelencia- parece a todas luces ridículo. Sostener la veracidad de los aforismos de Vargas Llosa por su prestigio literario es una clara falacia de autoridad, y en casos como éste, es saludable a la sociedad aquel descarriadito que huye del canto de sirena y afirma no querer "que le vendan pescado podrido". Si la Feria es de literatura y el escritor es un literato, lo propicio sería que el escritor me hablase de ficciones sin intervenir denigratoriamente sobre las elecciones políticas de los ciudadanos de un país democrático que lo reciben y agasajan con la mayor de las hospitalidades. Y si así no fuere, y el escritor puntualizara sobre temas políticos, es justo reconocer sin dubitaciones que la conferencia tiene un fin político.
Lamentablemente, Horacio González fue víctima por la demonización ejercida desde los medios de comunicación hasta los moderados apolíticos. En verdad, su posición pública –para una ciudadanía verdaderamente informada y sensible a las problemáticas locales y regionales- debería despertar cuanto menos un apoyo crítico de aquellos sectores que se dicen referenciados por el progresismo y la integración latinoamericana. Gonzáles rompe al hegemonía de las punzantes declaraciones de Vargas Llosa en contradicción con un discurso neoliberal destructivo, brutal e irracional representado por el Vargas Llosa político. Es, indiscutiblemente, la voz de González la que quiebra desde antes de comenzada la Feria esa intención de publicitar la vuelta al régimen neoliberal a favor de aquellas entidades que hacen del escritor peruano un vocero privilegiado. (2)
Al mismo tiempo, una minoría de kirchneristas han cuestionado la actitud de González, alegando que “favorece los intereses de la derecha” -dado el enfrentamiento que el gobierno de la presidenta Cristina Fernández mantiene con las corporaciones mediáticas por la regulación del sector- en un año electoral. Sin embargo, el debate iniciado trasciende las fronteras nacionales: es la plena evidencia de que los intelectuales no son una “clase” a la que corresponde afirmar casi estatutariamente la neutralidad, el escepticismo y la ajenidad frente a la realidad, que es una certeza que sobrepasa la veracidad de las teorías. González asume con compromiso la certeza de existir, de ser parte de una época y de un posicionamiento antinómico a un discurso con vocación de hegemonía al negar racionalidad a otros modelos económicos. Estos críticos de González, olvidan paradójicamente que el éxito de Cristina Fernández se ha debido en gran parte a la audacia política de la mandataria al enfrentar los privilegios que se han consolidado en complicidad y cobardía de los gobiernos precedentes y, al mismo tiempo, a un pueblo que demanda medidas de profundización para una mayor democracia y equidad.
Pero en nuestra castigada América Latina, sabido es que aquellos que construyen y defienden una sociedad pluralista y equitativa arraigada en las mejores tradiciones populares no tardan en ser atacados por las élites que ven menguado o amenazado el goce del privilegio históricamente adquirido.
González arremete así con la mejor actitud de los grandes pensadores nacionales, denigrados por una tilinguería moderada que los reivindica mucho después de muertos al ser canonizados por algún gobierno. Es esa tilinguería argentina, arraigada en el “medio pelo” –la clase emergente ansiosa por ser/parecer una élite burguesa- la que ha terminado por evidenciar el embrutecimiento de una sociedad, reducido a una caricatura grotesca de las sociedades occidentales, debilitando y denigrando a un mismo tiempo las demandas e irrupciones populares.
González es así no un censor, sino una voz distinta –como ya hemos dicho- que insolentemente rompe con un discurso que se pretende con derecho a ser hegemónico por autoproclamarse de racional. Es el tipo necesario del intelectual que debe sumarse a las resistencias populares contra el neoliberalismo y, si su voz ha podido hacerse pública, podemos permitirnos hacer un balance positivo en la afirmación de una pluralidad de voces desde la década del 90 hasta nuestros días.
Irracionalidad y espanto del discurso neoliberal
La estrategia de Vargas Llosa fue simple: informado de la posición de Horacio González, no tardó en publicitarse -como siempre lo ha hecho- como un liberal para luego arremeter contra aquéllos que han disentido públicamente de sus ideas, a quiénes acusó -con el fervor de la prensa neoconservadora local- de intentar censurarlo. Vemos así entonces que el libre debate y el "liberalismo" de Vargas Llosa no es sino el proyecto político del nuevo orden imperial que no admite cuestionamientos puesto que, siendo vulnerable al razonamiento de los auténticos intelectuales, cae en comportamientos paranoicos, gestos histriónicos y acusaciones infundadas. Vargas Llosa es así la viva expresión de un discurso falso, limitado, minoritario que corre el riesgo de desaparecer como ideología política sustentada en el ámbito intelectual y la sociedad civil.
La patología de este discurso, precisamente, necesita para sobrevivir agredir primero a los razonamientos que se le oponen y a las personas que los exponen, a modo de "guerras preventivas" verbales, semejándose en la utilización del discurso a la política imperialista del ex presidente estadounidense George W. Bush. Vargas Llosa no es un hombre afable y de buenos modales: es una figura pública seducida por ganar e inventar enemigos, no teniendo límites en denigrar a los opositores al neoliberalismo, cuestionar los gobiernos y ciudadanos de países que le permiten expresarse elogiando, paralelamente, a la política euronorteamericana, responsable en buena medida del empobrecimiento y la brevedad de los períodos democráticos en América latina.
El cuestionamiento incesante a los procesos políticos de la región es, en consecuencia, una descalificación a los votantes que han elegido un proyecto político tras haber votado al liberalismo neoconservador durante los 90´, que produjo un exitoso derrumbamiento de las clases medias, la pauperización de los pequeños y medianos agricultores, el Estado social de derecho, una masiva exclusión social, la destrucción masiva de Pymes y la concentración de la riqueza en el complejo corporativo multinacional.
L más importante de este debate es aquello que los formadores de opinión han omitido. El debate Vargas Llosa-González, riquísimo por todas las consideraciones y pasiones que ha motivado, no es una confrontación de personalidades reconocidas en el ámbito intelectual sino un choque de ideas que refleja que el neoliberalismo, en un contexto como el actual, encontrará las debidas resistencias por aquéllos quiénes, por conciencia y experiencia, no quieren volver al pasado oscuro y autoritario que aún amenaza con volver.
NOTAS
(1) “La carta pública enviada a la Cámara del Libro”, en Tiempo Argentino, 1/3/2011. Disponible: http://tiempo.elargentino.com/notas/carta-publica-enviada-camara-del-libro. González expresa su voluntad de que Vargas no sea orador en la ceremonia de apertura.
(2) “De cena con los neoconservadores”, por Werner Pertot, en Página/12, 20/4/2011. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-166642-2011-04-20.html. Recorrido de Vargas Llosa con las principales figuras del establishment local.
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