viernes, 20 de mayo de 2011

¡Viva la muerte!... (3): El nombre del Enemigo




 

La Guerra Fría resultó un arduo ejercicio para el bloque euronorteamericano al enfrentarse a un Estado rudo y conservador. La inesperada derrota de la Unión Soviética debía repercutir necesariamente en el Estado norteamericano, con una constante militarización sobre la base de una paz armada. Una circunstancia semejante llevaría una drástica reducción de gastos, salarios y puestos de trabajo, deteriorando ingresos y expectativas de los empresarios de la guerra.
Falla de los servicios de inteligencia u omisión política, el atentado del 11 de septiembre reactivó la amenaza a Estados Unidos con un ataque dentro del mismo país, generando una importante sensación de pánico y humillación a su calidad de potencia hegemónica.
Esta aparición violenta e inesperada de Al Qaeda en la escena mundial permitió la tipificación de un nuevo enemigo: el fundamentalismo islámico, asumido en forma de resistencia religiosa frente a la influencia norteamericana en la región. De este modo, la red del ex agente anticomunista terminaba volviéndose contra sus antiguos financistas y promotores.
Al Qaeda expuso en su agresión una demostración típicamente contemporánea del poder: actuó inesperadamente, con actores desconocidos como la misma fuente de poder que les dio protagonismo. La amenaza fundamentalista impuso el terror y la sospecha colectivos, propiciando un estadio de guerra necesario para una campaña de remilitarización. Nos e trata ya de visualizar posibles escenarios de conflicto de alta intensidad sino de un enemigo anónimo dispuesto a la inmolación por un objetivo político-religioso. El enemigo no es ya un Estado con moderna tecnología militar, sino un grupo dotado de recursos capaz de generar atentados que, en forma de hechos políticos, podrían multiplicar las organizaciones clandestinas en forma de resistencia islámica, más allá de Medio Oriente inclusive.
Conocidas ya las razones que dan lugar al fundamentalismo, es preciso detenernos un poco en la retórica y en la relación antitética que la organización realiza. Desde sus distintos comunicados, Al-Qaeda promueve la realización de una Jihad y llama a un combate de los fieles contra los infieles. Limitar el combate antiimperialista a una lucha religiosa parece erróneo si la auténtica pretensión fuese limitar el intervencionismo militar y la influencia política de las potencias hegemónica. Al-Qaeda y Bin Laden minimizan así una lucha por la soberanía que antes de Medio Oriente ha tenido como protagonistas a otros continentes, desde África a América Latina. Esta sujeción y apropiamiento de la lucha por la libertad, simplificado en unos buenos contra otros malos, puede ser útil para la formación de un mito destinado a fortalecer la moral de los combatientes pero, objetivamente, elimina la historia de otras prácticas de resistencia extendidas a lo largo del mundo y, con ello, la posibilidad de enjuiciar críticamente las acciones llevadas adelante para perfeccionarlas desde la experiencia de otros grupos. Inicialmente, Al-Qaeda plantea en el ataque a las Torres Gemelas que el único medio de lucha capaz de amedrentar a los intereses norteamericanos en el mundo islámico es la agresión y que su objetivo es religioso, por lo tanto, la organización sería internacional y destinada a evitar la dominación del mundo islámico (esta postura serviría de marco habilitante para actuar en cualquier país islámico). Este aspecto ameritaría ser repensado a los fines que la organización dice buscar puesto que su proclama amenazante y métodos limitan el consenso internacional respecto de sus fines y al mismo tiempo debilitan los reclamos del mundo árabe, habida cuenta de la importancia que los medios masivos de comunicación tienen para formar estereotipos, simplificar una trayectoria de sucesos históricos y omitir información relevante.
Los musulmanes ya no representan la resistencia contra la opresión del comunismo eslavo: son la personificación de una amenaza que, en por insolencia, violencia y desprecio a lo mundano, se torna irracional e incontenible por definición.
La amenaza terrorista resulta así, precisamente, el mejor aliado a los empresarios de la guerra. El islamismo debe quedar bajo sospecha. De otro modo, no serviría a los fines prácticos y políticos de servir a la nueva política exterior norteamericana.

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