DORFMAN, ARIEL y MATTELART, ARMAND. (1972) Para leer al Pato Donald. Comunicación de masa y colonialismo, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.
El revuelo subcontinental es obvio. Desde 1970, Chile ofrece al mundo el ejemplo de un gobierno socialista llegado al poder de manos del Pueblo, por la vía electoral. En un laboratorio de lucha antiimperialista, Ariel Dorfman y Armand Mattelart se proponen desmantelar los valores y legitimaciones dados entonces en una muy popular publicación infantil: las historietas del mundo Disney.
Los autores señalan la importancia formadora de la literatura infantil en materia de ética y estética.
Concebido hasta entonces como un lugar inocente desprovisto de problemas,
Dorfman y Mattelart advierten de su propuesta de analizar la reproducción de
los valores del adulto alienado por el sistema de producción sobre su progenie
en la imposición inicial del suplemento del relato disneylantesco, en un acto
sustitutivo de la figura paterna.
La
relación entre las pulsiones de los personajes tiene su abordaje sobre la
descripción del escenario ficticio repleto de insatisfacciones, pasibles de
vulnerar a través de la crueldad, la rudeza, el chantaje, el aprovechamiento de
las debilidades ajenas, el terror. Ante la disconformidad de situaciones
específicas, siempre alguno de los personajes invoca el restablecimiento de la
relación de dominación/sumisión, retrocediendo a las jerarquías iniciales. No
obstante, esta garantía de poder no se encuentra en las relaciones de los
personajes con sus respectivas novias, objetos inaccesibles cuya belleza viabiliza
la amenaza constante de la perdida y un carácter caprichoso generando
insatisfacción permanente al audaz Mickey o al tope Donald.
Sobre
el diálogo intercultural de los personajes, los autores profundizan la
descripción de la identidad de salvaje (bueno = generoso = conveniente),
valorizando la apacible vida de la aldea que mancomuna por sobre el orden
egoísta y anárquico de la ciudad. Los niños y los salvajes, representación de
la pureza en la tira, expone la asimetría entre unos y otros al hacer a los
primeros inteligentes, astutos, dotados de conocimiento enciclopédico,
capacidad de maniobra, disciplina y saber tecnológico. De este modo, quedan
inculcadas las preferencias entre dos modelos, cuya diferencia se manifiesta en
los lucrativos acuerdos obtenidos por los tres patitos.
Esta
descripción de las relaciones entre civilización y salvajes continúa en la
diferenciación que hace Disney del dócil salvaje frente a los revoltosos ladrones
y los rencorosos revolucionarios de las urbes, dispuestos a la transgresión del
orden existente y abrir la discusión sobre la distribución de la riqueza, representando
papeles antagónicos sobre los que recae una condena moral a sus demandas de
clase. La docilidad, por el contrario, de los salvajes permite evaluar las
relaciones del imperio con aliados y dominados y sus ciclos de apropiación
parasitaria de la renta de los países débiles, siempre susceptibles de obtener
ganancias a través de la mercantilización de su exitismo.
“El criterio para dividir buenos y malos es la honradez, su respeto por la propiedad ajena”
El
oro y los recursos naturales que son extraídos vilmente a los nativos dan
legitimidad a los abusos de los “buenos” patos, siendo la especulación y el
engaño favorecedores del azar, asimilado a lucro, de los protagonistas. Fracaso
o éxito se signan por el comportamiento individual y el rol utilitario dado a
las relaciones humanas.
Publicado
en 1972, el ensayo de Mattelart y Dorfman mantiene incólume su vigencia,
ameritando su lectura y un homenaje ciudadano sencillo: razonar sobre la
intencionalidad y estereotipos impuestos por los formadores de comunicación
masiva, aún principales constructores de realidad en esta era.
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