Weber, Max. (1905) La ética protestante y el espíritu del capitalismo (Die protestantische Ethik und der
'Geist' des Kapitalismus), Caronte Ensayo, La Plata, 2006, traducción de Luis Legaz
Lacambra.
“¿Cómo hacen estos
tipos?” La frase, slogan de un poderoso banco que opera en Argentina, bien podría
haber sido pronunciada de los labios de dos teóricos intensamente comprometidos
en buscar explicaciones al progreso financiero estadounidense. Uno de los europeos fue Alexis de
Tocvquevile, deseoso de acumular información y descubrir construcciones
institucionales que garantizaran estabilidad y prosperidad a los convulsionados
Estados europeos. Tocqueville creía en la fatalidad de un movimiento de la
historia hacia la igualdad, que implicaba la renuncia a los privilegios
feudales desde la aparición de la Revolución Francesa.
El otro teórico es,
previsiblemente, Max Weber. Estados Unidos no es su tema central en La ética protestante y el espíritu del
capitalismo, pese a los comentarios vulgarizados sobre la obra. La
preocupación real de Weber es el pensamiento y la acción de los hombres
movilizados por la fe, y como éstos impactan en la sociedad en forma de roles,
goce de placeres, sociabilidad. Se trata, sin más, de analizar la incidencia de
la fe sobre la organización y economía de una sociedad.
La intención del autor
no es cuestionar al protestantismo y, mucho menos, asociarlo al espíritu de
lucro, sin negar que la pertenencia religiosa establece pautas de control sobre
la conducta a través de prescripciones, valoraciones y recomendaciones sobre el
obrar divino. Qué trabajar, cómo trabajar, para qué trabajar, qué valor se
atribuye al dinero y finalidad y la relación con los bienes terrenales son
algunos de los aspectos que Weber redescubre para explicar, finalmente, la
despreocupada búsqueda de lucro desde las ideas del luteranismo. Notas al
respecto merecieron las “Advertencias necesarias a los que quieren ser ricos” y
los “Consejos a un joven comerciante” de Benjamín Franklin, que desde una moral
utilitaria prescriben una conducta virtuosa cuya eticidad estaría dada en que
los valores de una recta conducta individual (diligencia, moderación,
puntualidad en los pagos, austeridad, ahorro, honradez) favorecen la reputación
y el éxito de la empresa comercial, evidencias claras desde un lenguaje laico
del arraigo de la ética de la profesión en la religión calvinista.
La operación
fundamental del método Weber no ha sido culpar a la violencia original o la economía, sino ahondar en la permanencia de situaciones opresivas que se perpetúan
a través de estructuras organizacionales. El sectarismo excluyente, la ajenidad
hacia el mundo circundante, la creencia en la fatalidad de una gracia entregada
a pocos manifestada en el éxito social y la valoración de la prosperidad en
tanto consecuencia del esfuerzo propio podrían degenerar eventualmente en la
legitimidad de una oligarquía, en el egoísmo, el apego a los bienes materiales,
la legitimación de privilegios y creación de normas abusivas y la búsqueda
inescrupulosa del lucro. Éstos son algunos de los aspectos que, sostiene Weber,
viabilizan los enfoques del inicial “espiritualismo” en “materialismo”.
La inmensa erudición de
Weber en la materia puede desconcertar al lector, desprovisto del conocimiento
de las diferencias interreligiosas y los matices que hacen a su distinción. Sin
embargo, permite reflexionar nuevamente sobre el disciplinamiento institucional
y la discusión entre fines, medios y contextos, exponiendo una vez más como el
pasado continua operando (y rigiendo) el destino de los contemporáneos. Quizás,
su lectura hoy implique pensar como la ética del capitalismo devoró al espíritu
del protestantismo.
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