sábado, 4 de mayo de 2013

"La ética protestante y el espíritu del capitalismo", de Max Weber





Weber, Max. (1905) La ética protestante y el espíritu del capitalismo (Die protestantische Ethik und der 'Geist' des Kapitalismus), Caronte Ensayo,  La Plata, 2006, traducción de Luis Legaz Lacambra.






“¿Cómo hacen estos tipos?” La frase, slogan de un poderoso banco que opera en Argentina, bien podría haber sido pronunciada de los labios de dos teóricos intensamente comprometidos en buscar explicaciones al progreso financiero estadounidense.  Uno de los europeos fue Alexis de Tocvquevile, deseoso de acumular información y descubrir construcciones institucionales que garantizaran estabilidad y prosperidad a los convulsionados Estados europeos. Tocqueville creía en la fatalidad de un movimiento de la historia hacia la igualdad, que implicaba la renuncia a los privilegios feudales desde la aparición de la Revolución Francesa.

El otro teórico es, previsiblemente, Max Weber. Estados Unidos no es su tema central en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, pese a los comentarios vulgarizados sobre la obra. La preocupación real de Weber es el pensamiento y la acción de los hombres movilizados por la fe, y como éstos impactan en la sociedad en forma de roles, goce de placeres, sociabilidad. Se trata, sin más, de analizar la incidencia de la fe sobre la organización y economía de una sociedad.

La intención del autor no es cuestionar al protestantismo y, mucho menos, asociarlo al espíritu de lucro, sin negar que la pertenencia religiosa establece pautas de control sobre la conducta a través de prescripciones, valoraciones y recomendaciones sobre el obrar divino. Qué trabajar, cómo trabajar, para qué trabajar, qué valor se atribuye al dinero y finalidad y la relación con los bienes terrenales son algunos de los aspectos que Weber redescubre para explicar, finalmente, la despreocupada búsqueda de lucro desde las ideas del luteranismo. Notas al respecto merecieron las “Advertencias necesarias a los que quieren ser ricos” y los “Consejos a un joven comerciante” de Benjamín Franklin, que desde una moral utilitaria prescriben una conducta virtuosa cuya eticidad estaría dada en que los valores de una recta conducta individual (diligencia, moderación, puntualidad en los pagos, austeridad, ahorro, honradez) favorecen la reputación y el éxito de la empresa comercial, evidencias claras desde un lenguaje laico del arraigo de la ética de la profesión en la religión calvinista.

La operación fundamental del método Weber no ha sido culpar a la violencia original o la economía, sino ahondar en la permanencia de situaciones opresivas que se perpetúan a través de estructuras organizacionales. El sectarismo excluyente, la ajenidad hacia el mundo circundante, la creencia en la fatalidad de una gracia entregada a pocos manifestada en el éxito social y la valoración de la prosperidad en tanto consecuencia del esfuerzo propio podrían degenerar eventualmente en la legitimidad de una oligarquía, en el egoísmo, el apego a los bienes materiales, la legitimación de privilegios y creación de normas abusivas y la búsqueda inescrupulosa del lucro. Éstos son algunos de los aspectos que, sostiene Weber, viabilizan los enfoques del inicial “espiritualismo” en “materialismo”.

La inmensa erudición de Weber en la materia puede desconcertar al lector, desprovisto del conocimiento de las diferencias interreligiosas y los matices que hacen a su distinción. Sin embargo, permite reflexionar nuevamente sobre el disciplinamiento institucional y la discusión entre fines, medios y contextos, exponiendo una vez más como el pasado continua operando (y rigiendo) el destino de los contemporáneos. Quizás, su lectura hoy implique pensar como la ética del capitalismo devoró al espíritu del protestantismo.

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