Frecuentemente no es fácil acostumbrarse a los cambios; pero también, a veces, pueden manifestarse en forma de gratas sorpresas. La renovada saga Bond, con Daniel Craig como actor estrella, humaniza al soberbio agente al punto de hacer visibles sus dudas, angustias y desengaños (atención: ¡comete errores!). Su jefa, la durísima M (Judi Dench) es una pragmática que se sostiene en la importancia de la razón de Estado, extremadamente sensible a las operaciones mediáticas, que visualiza a la agencia de inteligencia como el
elemento constitutivo del Estado británico.
La puesta en escena de los estados de ánimo del protagonista y sus debilidades recuerdan inevitablemente a la saga Batman de Nolan, en que existe una relación de diálogo entre la situación personal y el desafío permanente que surge de la función que los constituye, existiendo siempre la exaltación a la voluntad como salida final a las situaciones más dramáticas.
Con estos elementos como actores centrales de la trama, cada episodio redescubre facetas del personaje y visibiliza situaciones que dan una agenda de situación del contexto actual.
Casino Royale (2006, Martín Campbell)
Basada en la primera novela de Ian Fleming (1953) y con diversas interpretaciones, aborda el inicio de Bond como super agente (los llamados “cero-ceros”) siendo su primera misión conseguir información sobre el financiamiento de organizaciones de rebeldes (la elección de un país negro como escenario representativo de alta conflictividad social acusa un rasgo etnocéntrico pero no imprevisible). Tampoco es omitida la relación entre el dinero ilícito y los paraísos fiscales, siendo Bahamas uno de los escenarios del film, lugar de placer y ocio en que el protagonista incluso es prepoteado por un ricachón.
Quantum of solace (2008, Marc Foster)
Tras la captura de White, y luego de advertir en una oficina del MI6 en Siena de la ubicuidad de su organización, es asesinado por un doble agente. Bond continúa la búsqueda de la red que sostenía a Le Chiffre a través del dinero falsificado de White en Haití.
La escena de la reunión del avión de Austria cuestiona severamente la ética de los agentes. La organización de Dominique negocia el reconocimiento de la legitimidad de EE.UU. del gobierno de Medrano con agentes de la CIA, quienes solicitan los hallazgos de petróleo en territorio boliviano. La conversación en torno a la geopolítica latinoamericana expone una presunta debilidad de los países de la región al carecer del dominio estadounidense. “No quieren a otro marxista que les de los recurso naturales al pueblo, ¿verdad?”, advierte Green. “Nadie esperar que impidamos en un golpe de estado que desconocemos completamente”, contesta el agente. Esta escena tiene directa relación con la escena del bar de Bond, en que señala al agente de la CIA Félix Leiter (Jeffrey Wright): “Me preguntaba como sería Sudamérica si a nadie le importara la cocaína o el comunismo”.
Otra escena de gran relevancia es cuando M defiende a Bond ante su superior, enojado con los cuestionamientos que la CIA hace sobre el agente estrella. M le hace saber que Bond cumple con su deber, desmantelando una red de financiamiento ilícito de grupos terroristas. “Si no negociamos con villanos, no habría casi nadie con quien negociar. Al mundo se le acaba el petróleo, M. Los rusos no cooperan. Los estadounidenses y los chinos se reparten lo que queda. Lo correcto o incorrecto no importa. Actuamos por necesidad”, se le señala. La ética de Bond, entendiendo que las restricciones del MI6 eran una operación para facilitar el petróleo a los estadounidenses, queda bastante limitada al ser comprendido por el servicio inglés como un mero objeto.
Política y negocios se mezclan en Dominique
Green.
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El film resulta muy interesante por diversos factores. Los villanos son apenas agentes visibles de las organizaciones que operan. Al mismo tiempo, se observa que los secretos de la profesión de las organizaciones estatales y no estatales son bastantes limitados. También la puja inescrupulosa por los recursos evidencia la manipulación de las naciones, al tiempo que se expone a organizaciones criminales en un pie de igualdad con los Estados.
Skyfall (2012, Sam Mendes)
El error resultante de una orden inicia este episodio del Bond más oscuro. Una bala por la consecuencia de una orden impacta fallidamente en el cuerpo de Bond dando inicio al opening que contiene la canción que da nombre el film.
La canción premiada de Adele, “Skyfall”, “caída del cielo”, comienza con el cuerpo de Bond cayendo desde un tren de movimiento hacia las aguas que se encuentran en los laterales. La caída, eje central de la película, se manifiesta en las reformulaciones que se presentan en el opening: la cercanía con la muerte, el escepticismo, el descrédito, el envejecimiento y la utilidad aparecen confrontando con el impulso vital de resistir. Se trata de que Bond vuelva a ser Bond (¿acaso una metáfora sobre la persistencia del clásico estilo que define a la franquicia?).
Bardem interpreta al caótico Raoul Silva. |
Entre Silva y Bond se encuentra M. Uno pretende matarla y otro protegerla. M acepta haber entregado a un indisciplinado Silva, tras extralimitarse hackeando información a China, a cambio de la devolución de seis agentes cautivos y una transición pacífica del territorio de Hong Kong. Bond, retomando paulatinamente la confianza en sí mismo y en M, considera aceptable la decisión de su jefa, en un mensaje cabal del sometimiento del orden de los agentes (lo cual recuerda mucho a Max Weber refiriéndose a la ética de las profesiones en El político y el científico). A diferencia de Bond, Silva ya no se sustenta en la valoración a la historia del Imperio Británico, el MI6 o el patriotismo; engañado, desafía al mismo sistema al cual alguna vez sirvió. La persistencia del pensamiento moderno en Bond (imperial, teleológico) frente al posmodernismo de Silva (caótico, desestructurado).
El final de Silva, sin duda, deja en deuda a la profundidad que el despliegue del personaje logra a lo largo del film.
Si faltaban pocas analogías con el Batman de Nolan se nos revela que Bond, cuya falta de tiempo se contrapone con el disfrute entusiasta de los placeres mundanos, es un huérfano. La última entrega, en este sentido, da cuenta de la entrega personal al deber, al fin y al cabo el único sustento para evitar la superficialidad de la existencia ante una trayectoria personal que no admite una vuelta atrás.
Bajo una elegancia que no podría ser estadounidense, un hedonismo que excede el canon super-heroico, Bond es una huella del nacionalismo imperialista de los últimos dos siglos anteriores que desafía con arrogancia los cuestionamientos de su vigencia y utilidad. Producto de consumo masivo, el balance de la saga Craig marca un saludable regreso, impolíticamente correcto, pero válidamente entretenido: una joya de la corona, sin más lejos.
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