El ataque a la memoria lanzado desde las empresas mediáticas hegemónicas suele ser una constante, particularmente en aquellas naciones en vías de desarrollo, pues el ejercicio de recordar permite distinguir las responsabilidades respecto a la realización del presente que vivimos. “Si la historia la escriben los que ganan”, como advierte una célebre canción, es sabido que una población y las generaciones que le suceden absorberán cotidianamente la reproducción de sentencias históricas que, afirmadas repetitivamente como veraces, terminarán por fijar una creencia tenida por verdad. Bien teorizaba Aldous Huxley en una ficción política inspirada en una sociedad de control que «Setenta y dos mil cuatrocientas repeticiones crean una verdad» (1), lo cual servirá de inspiración a Goebbels para inculcar en la población alemana la justificación del nacionalsocialismo con aquello de “miente, miente que algo quedará”.
En
tal sentido, la irritación de ciertos emprendimientos mediáticos se debe al
cuestionamiento sobre la certeza y arbitrariedad de los contenidos que otorgan
al lector/consumidor (2) una imagen del presente. Los términos “periodista” y
“cronista”, que a pesar de sus diferencias suelen usarse indistintamente,
señalan la presencia de un sujeto cuya función es dar el vivo testimonio del
suceso que está reportando. De este modo, la sumatoria de hechos positivos y
negativos da por resultante una compilación de información que da cuenta del
momento que se está viviendo, lo cual termina por implicar una fuerte presión
al gobierno de turno y un gran repudio al Estado como estructura. En países
como Argentina, el afianzamiento del neoliberalismo en los noventa y la tradición
genocida autoritaria implicaron un proceso de disciplinamiento de la sociedad
oir vía del Estado y la eliminación en la sociedad civil de la solidaridad
social y la participación, por lo que ante cualquier disgusto del habitante en
el espacio público, éste no duda en inculpar al gobierno y al Estado. Esto en
verdad revela la falta de que ese “habitante” pueda conformarse en “ciudadano”,
esto es, sentirse autónomo y capaz de convocar a otros para asumir decisiones
colectivas y fortalecer una demanda. El diario resulta así un móvil para la
queja y motivación de la viva impotencia del “malestar de los argentinos”,
esperando la redención cuando uno de ellos (el mejor, el elegido, el “hombre
fuerte”, el “valiente argentino”) aparezca y termine con el reino de la
injusticia. Es así que, aún entre las víctimas de más injustos padecimientos,
es posible encontrar la creencia en una solución por vía autoritaria, además de
un espontáneo y nocivo individualismo que les impide pensar en los demás
afectados para resolver su situación y transformar la realidad.
Paradójicamente,
discutir los medios de comunicación en Argentina resulta novedoso -aún desde
marcos teóricos remotos- dado el atraso cultural a que sometió al país la
última tiranía militar, que elevaba a único fundamento válido las
argumentaciones del más arcaico integrismo católico.
La
incomodidad de los medios en cuanto a la revisión de su pasado es natural
puesto que algo, en ese pasado, los inquieta. La apelación constante al
eufemismo “persecución a la prensa independiente” no es así otra cosa que: a)
los desaciertos que cometen los periodistas al omitir elementos de una noticia
o simplemente la adulteración de la misma; b) recordar el cambio de los
posicionamientos de los formadores de opinión a lo largo de su carrera
profesional frente aun tema concreto; c)evidenciar las arbitrariedades a que
someten la información los publicistas respecto al tratamiento de una noticia o
un invitado y d) despojar de la autoridad moral a los medios de comunicación revelando
su posicionamiento en distintos contextos históricos y su expansión empresarial
a través de contratos de dudosa legalidad, en base a acreditadas fuentes
(investigaciones periodísticas y judiciales cuyos datos no han sido
desmentidos) (3). Estos son los elementos sobre los cuales la prensa opositora
cuestiona al programa 6-7-8 cuyos miembros, si bien admiten simpatía por el
gobierno nacional e incurren en comparaciones desmesuradas (4) de vez en
cuando, formulan críticas denunciando falacias e incoherencias representando
una buena parte de la sociedad que, por el monopolio del mensaje impuesto en
los noventa, se sintió sojuzgada, aislada y reprimida ante el parcial triunfo
de la impunidad.
La “persecución a la
prensa independiente”, en tanto construcción de un concepto, entraña también el
conflicto ideológico entre el gobierno nacional y los diarios “Clarín” y “La
Nación”, publicaciones que no se han limitado a denostar la política oficial
sino que incurren en periódicas operaciones de prensa señalando futuros
contextos desfavorables para el país. Diarios cuyo prestigio no puede estar
desligado del volumen de páginas por edición. ¿Cómo era “Clarín” en ese
entonces? «…el “Clarín” de
la época es un diario macilento y flacucho, de 36 o 48 páginas, con unas tapas
pálidas en las que sus títulos cuelgan sin ningún impacto visual. La fealdad
hace a la época: capitalización mediante, ya vendrá después el espectacular
crecimiento económico y sus consecuencias en el engrosamiento de los diarios en
su belleza actual. (p. 33)» (5) Una prensa que en definitiva creció
precisamente no por su independencia sino por transformarse en un difusor de
doctrina de los golpistas del más terrible golpe de Estado de la historia
argentina.
La
situación se agrava aún más por reciente sanción de la Ley de Medios de
Comunicación Audiovisual -que quebraría con la concentración mediática y
alentaría contenidos locales- y la investigación en la compra de las acciones
de Papel Prensa a la familia Graiver, en la cual el Estado y los accionistas de
los diarios “La Nación”, “Clarín” y “La Razón” habrían intervenido
coactivamente para pagarlas a precios irrisorios.
«No faltaron, tampoco,
quienes vieron en la asociación entre el Estado y los mencionados diarios
[Clarín, La Razón y La Nación] un mecanismo potencialmente capaz de limitar la
libertad de opinión de los mismos. (p. 194)
Cuando fue inaugurada la
planta de Papel Prensa S.A., el editorial de La Nación se centró en la
significación económica de la sustitución de importaciones que ahorraría
divisas al país y le permitiría ser menos dependiente del mercado mundial. […]
Las razones técnicas se combinaban con argumentos ideológicos de resonancia
paradójica para quienes recordaran las objeciones tantas veces formuladas por
La Nación a propósito de `industrias artificiales´ creadas al amparo de la
protección estatal… (p. 194)» (6)
Así las cosas, se revela que la llamada “persecución a la prensa independiente” no es sino el enjuiciamiento de toda una serie de comportamientos nocivos -que van desde la apropiación violenta e ilegítima de bienes materiales hasta la difusión de información viciada, el compromiso con el régimen genocida- susceptibles de condena judicial. Sin embargo, los reclamos de las víctimas –todos aquellos que, en definitiva, desean contenidos veraces expuestos en forma pluralista- aún hallan el obstáculo en un importante número de jueces que por temor o afinidad ideológica rehúsan participar de un proceso judicial ante semejantes medios de influencia.
Se trata, en definitiva, de dar luz a esa verdad que tanto esconden. Y que tanto temen.
NOTAS
(1) HUXLEY,
ALDOUS. (1931) Un mundo feliz (Brave new world), Plaza y James, Barcelona, 1985, p.
50.
(2) Presentamos
está categoría ambigua por creer en la existencia del reemplazo de un público
lector, que suponía un individuo con hábitos de lecto-escritura propio del
período previo a la emergencia de las nuevas tecnologías de la comunicación y
la información (TICs), a un sujeto con hábitos de lectoescritura menos
desarrollados, ávido del consumo de contenidos y con mayor volatilidad de sus
propias opiniones.
(3) Estas
investigaciones, por cierto no son novedosas, ya que buena parte de ellas han
surgido en la década del 90, acalladas por el clima ideológico de la época.
(4) Como la
llamada “cadena del fascismo”, que implicaba las relaciones de una serie de
políticos de derecha, que aún con la sumatoria de todos sus aspectos
desagradables, no se asemejaban a las terribles imágenes del nacionalsocialismo
con que eran mezclados.
(5) Blaustein,
Eduardo y Zubieta, Martín. (1998) Decíamos ayer. La prensa argentina
bajo el Proceso, Colihue, Buenos Aires, 1998.
(6) íbid.
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