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a policía metropolitana dijo que eran 400.000 personas. 100 mil
más, 100 mil menos, el número no importa: eran muchos. ¿Daban miedo? No habría
motivos para una afirmativa, ya que a
priori se descuenta que se trataba de una manifestación más, acaso la menos
opositora de aquellas marchas que así fueron encuadradas. Afortunadamente, los
sucesos de violencia política partidaria parecen haber sido desterradas (o
cuanto menos, ocultadas) de la comunicación masiva.
Lo que sí ha resultado curioso es la interpretación que un número
importante de adherentes kirchneristas ha hecho de la manifestación. Con
expresiones acusatorias, se redundó en la recreación de un imaginario pour la gallérie cada vez más ceñido a
los aplausos de una tribuna.
¿Pero qué sucedería si la tribuna del equipo empezará a
incomodarse de las estrategias de la conducción del equipo?
El acontecimiento de la marcha ha expuesto, quizás por vez
primera, una dificultad del kirchnerismo por evadir a fuerza de iniciativas un
malestar arraigado que excede los campos ideológicos de pertenencia. Un sentimiento
de incomodidad, acaso, de la proliferación de nuevas amenazas que comportan las
entradas a un siglo XXI que desde sus inicios se presenta caótico e
imprevisible. Problemáticas como la trata de personas o el narcotráfico no sólo
han sido abordados mediáticamente como nunca antes, sino que ha quedado
demostrado por distintas organizaciones la realidad de la impunidad. Por caso,
quienes se sintieron interpelados como ciudadanos por el caso Martins
conocieron quien era Jaime Stiusso y los delitos a los cuales se los vinculaba,
pese a que su figura tomo relevancia pública por la prensa escrita y los
esfuerzos de la organización La Alameda. También conoció la impunidad con que la jueza María Servini de Cubría, eterna jueza del poder, cerraba abruptamente la causa entendiendo que el desaparecedor y esclavista de mujeres no podía ser denunciado su por su hija por mediar una cuestión de parentesco. Y un silencio absoluto, renglón seguido, que no ameritó por el oficialismo ni por el grueso de la oposición ninguna intentona por una democratización de la justicia. Es decir, existe un imperativo de que
el sentido de oportunidad política para asumir iniciativas audaces conste de un
respaldo popular, pues de otro modo la voluntad, aunque institucionalizante,
puede reducirse a un capricho desaprobado.
Entonces, ¿era verdaderamente una marcha opositora? Más
destacados por la ligereza de lengua que por la prudencia inherente al mandato
recibido, algunos dirigentes kirchneristas fustigaron contra la manifestación
dándole consideración de “ofensiva golpista” o, como calificaron los medios
opositores con un inescrupuloso oportunismo, una “marcha contra Cristina”. En
la distancia que medio entre la convocatoria y la marcha, el texto de los
fiscales organizadores había cedido su relevancia frente a otras demandas
alegadas en los distintos medios de comunicación, que se sintetizó en: a) esclarecimiento
de la muerte del fiscal Nisman, b) mejoramiento de la calidad de las custodias,
c) exigencia de un poder judicial más efectivo contra el delito y d) una mayor transparencia
de las instituciones y sus conflictos frente a una ciudadanía sentidamente
débil para protagonizar la escena pública. Sobre el último punto, vale la pena recordar
que la disputa de la interna de la SIDE y la muerte de Nisman representaron el
ocultamiento de lo público-estatal institucional y la indefensión. Es una
ciudadanía que espera que el poder político le hable.
Sería una necedad suponer que el piso electoral del Frente para
la Victoria puede cubrirse solamente con las organizaciones, cuyo aporte bajo Unidos
y Organizados puede sintetizarse en el gran trabajo social aportado en la
campaña “La Patria es el Otro”. Negarse a cambiar en nombre de una “identidad”,
del prejuicio, o del “gánennos con los votos” es algo parecido al suicidio de
una fuerza que prometió cambiar la política; la crítica es una práctica que
nadie que ha invertido esfuerzos se propone evitar. Resulta entonces una tarea
pendiente del oficialismo evitar la imitación de los latigazos verbales de la prensa
opositora, sopena de que los chasquidos, quizás, alcancen a los propios.
Dicho de otro modo, no deberían juzgarse los convocados por los convocantes,
así como un mandatario republicano no debería olvidar que el poder nace del
pueblo.