El anuncio de la muerte del ex tirano Jorge Rafael Videla el 17 de mayo logró ser noticia del día en los diversos medios de comunicación del país, cierre de una secuencia que integra el largo itinerario de la lucha por la memoria, la verdad y la justicia en Argentina. Hecho no excepcional (se trata, sin más, de una muerte natural), su participación política como gobernante de facto por fuerza de las armas ameritó un balance necesario en el contexto de un período democrático en que, finalmente, los juicios a asesinos, violadores, torturadores, apropiadores y facilitadores encuentra las vías del Estado de Derecho como instrumento de la justicia postergada.
Si bien la resolución de la tragedia histórica en materia de sanciones penales a los ejecutores de un plan de exterminio, concentración de la riqueza, apropiación de niños, endeudamiento y destrucción productiva están en camino de ser saldados, cabe destacar que el final del ciclo vital de Videla distó muchisímo del ascenso macbethiano que lo llevó a la conducción política del Estado argentino.
Al respecto, cabe destacar que la demonización de Videla encierra el análisis en una visión incompleta y arbitraria sobre la significación de la dictadura. Pese a lo frecuente de la operación en distintos episodios de la historia, la manipulación de la memoria en la construcción de comunicadores mediáticos que otorgan a un personaje un delirio de grandeza y narcisismo también se corresponde con la figura de Videla. La conclusión elemental al respecto sería pensar: sin la intervención de Videla, Argentina hubiera continuado bajo el sistema democrático. Para quienes hemos recibido una instrucción académica básica sobre el estudio de la política es razonable entender que no hay posibilidad de gobierno sin un sujeto político sobre el cual planificar los objetivos de una administración. Exagerar el protagonismo de Videla implica permitir la omisión de un entorno cívico-religioso. Por ello, es necesario elaborar ejercicios de análisis y comprender que la obra de gobierno desarrollada en el período 1976-1983 estuvo dirigida a sectores de la sociedad que le dieron acompañamiento. Acindar, Grupo Macri, Alpargatas, Bagó, Bemberg, Bridas, Bunge y Born, Clarín, Celulosa Argentina, Fate/Alvor, Fortabata, Garavaglia y Zorraquín, Ledesma, Macri, Pérez Companc, Roggio Soldati, Techint y Werthein consiguieron posicionarse como los grupos económicos más poderosos, con grandes beneficios como la estatización de su deuda (Alonso, Maria E. y otros. La Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Aique, 1997, p. 327). Esta participación empresarial comenzó a ponerse en tela de juicio especialmente a partir del 24 de marzo 2012 con la consigna “Los grupos económicos también fueron la dictadura”, y sobre esa agenda se avanzó sobre la complicidad de Blaquier por la “Masacre de la Noche del Apagón” en el Ingenio Ledesma y recientemente se advierte de la posibilidad de juzgar a tres directivos de Ford por la facilitación de 24 trabajadores.
La muerte de Videla deja más preguntas que respuestas. La equiparación de soberanía a la utilización y despliegue del poder militar, la autoría discursiva del concepto de desaparecido, la euforia de lo banal-efímero en los mundiales de fútbol del 78 y 79, la sensibilidad patriotera y triunfalista, la legitimidad de la aniquilación para fines de pacificación, la delimitación de lo nacional-descartable (propaganda de las sillas) son tan sólo algunos de los posibles ejes de problematización que lo contienen. Sería estéril y superficial somatizar en emociones verbales la muerte del personaje, más siendo de por sí preocupante para cualquier humanista la fatalidad del deceso que rodea nuestra existencia. Figura paradigmática de un período de la historia argentina, que supo ser representativa por fuera de los cauces democrático-electorales, la muerte de Videla amerita la profundización de un diálogo de la sociedad argentina con su propia cultura política.
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