domingo, 10 de marzo de 2013

Un Líder que se hizo Pueblo



Encender la televisión es suficiente. Opositores u oficialistas, los medios deben hacer foco en la noticia. Para celebrar su muerte algunos. Para conmoverse y lamentar su temprana ausencia otros. Lo que ambos no pueden negar es la congoja de una multitudinaria e inmensa marea roja que serpentea en las calles esperando despedir a su líder. Ni tampoco que esos hombres y mujeres se sienten, desde la llegada de su “comandante”, protagonistas de la historia mundial.

Hugo Chávez era militar, pero antes un político. Nacionalista popular influenciado por un hermano izquierdista, entendió que la política viciada y un ejército clasista no podían dar lugar a una democracia auténticamente representativa. Constituyendo un movimiento renovado de militares y tras una intentona fallida de toma del poder, fue lo suficientemente capaz de advertir las posibilidades de una vía democrática hacia el socialismo (retomando el modelo de Allende en Chile) y al mismo tiempo elevar la presencia, entonces subterránea, de un imaginario popular de glorias emancipadoras en tanto recuperación de la historia para un proyecto de emancipación nacional. De esta manera, logró que la política mudara de una tradición gerencial (poco) representativa a una democracia popular revolucionaria constituyente a través de gestión y cesión de voz al pueblo organizado.

Hábil comunicador de lo público en su programa “Aló presidente”, el líder bolivariano era consciente de la necesidad de que por primera vez el sistema político venezolano rindiera cuentas ante la ciudadanía, transformando la oportunidad televisiva en un ámbito de enseñanza y recepción de las demandas ciudadanas. Junto al aprendizaje de lo político,  el problema de la educación fue una meta permanente del gobierno, preocupación que fue resuelta en gran parte al ser declarada Venezuela país libre de analfabetismo en 2005 por la UNESCO, a través de la sucesiva implementación del programa cubano “Yo sí puedo”.

Uno de los aspectos menos inocentemente cuestionados ha sido la perduración del mandatario en el ejecutivo presidencial, al punto tal de falsear la imagen de Bolívar inventándolo liberal a modo de contraste. El Libertador, al igual que Hugo Chávez, creía en la necesidad de un mandato presidencial lo más extenso posible, a modo de llevar adelante de forma ininterrumpida las transformaciones sociales necesarias para una sociedad igualitaria. No desconocían ambos que, en los pueblos que comienzan a transitar una senda de afirmación y reivindicaciones, no hay ideas previas que movilicen sino que éstas se van formando al calor de los progresos propios y que los liderazgos se conforman desde la informalidad de quién se atreve a proyectar lo posible inimaginable, en una audacia que lleva a interpelar el presente y al poder real que construye las relaciones de dominación e injusticia. La figura de Chávez, aglutinaba así a la ciudadanía en tanto representación de una política que implicaba el gradual mejoramiento y protagonismo de los sectores más vulnerados. La contrapartida de las acusaciones de autoritarismo que se propagaron por la prensa liberal a lo largo del mundo están dadas en el sometimiento permanente del oficialismo a elecciones democráticas y las atribuciones concedidas a las organizaciones comunales en tanto autoridades territoriales de representación.

Otra de las conquistas de las que ha formado parte a nivel sudamericano son la transformación del MERCOSUR en quinta economía mundial con el ingreso de Venezuela y el alto protagonismo en la destrucción del ALCA y las creaciones de UNASUR y CELAC, ámbitos de defensa de la democracia, integración y discusión para una Latinoamérica para los latinoamericanos.

Hugo Chávez debe ser valorado en calidad de latinoamericano orgulloso, transmisor de autoestima en un subcontinente gobernado entonces por ideas neoliberales que las distintas sociedades habían acogido. Se había optado por la dominación “suave” (aunque dejará en la calle a miles de compatriotas) a un proyecto de afirmación soberana. Por ello, el arribo de Chávez al poder, y la consiguiente politización e ideologización del pueblo venezolano, debe ser aceptada como un cambio cultural significativo y una demostración desagradable para los partidarios de contubernios y gobernanzas entre gallos y medianoches, en una visibilización que se trasladó a Sudamérica en tanto proceso genuino de resistencia y puesta en práctica de un pensamiento de sí y para sí en las naciones de la Patria Grande. La recuperación de la palabra “socialismo” como eje de una política de permanente reforma, en abierta confrontación con el esquema neoliberal impuesto tras la caída del Muro de Berlín, y la recuperación de una retórica antiimperialista destinada a evitar la injerencia estadounidense sobre la soberanía de los países americanos,  significan un compromiso de lucha por una sociedad sin privilegios cuya expansión ideológica tiene hoy una repercusión continental indispensable para la defensa de modelos productivos, democráticos e inclusivos.

Con la pérdida de Hugo Chávez, no es Venezuela la que pierde a un presidente sino América Latina la que, como sucedió con Néstor Kirchner, pierde a un líder cuya presencia sobrepasa los caprichos de la biología y se manifiesta en el pueblo que lo llora en estas horas.

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