En los últimos treinta años, asistimos al fracaso de
perpetuación de la tiranía de un poder cívico-militar que destruyó la economía
y el tejido social, un proyecto socialdemócrata dirigido desde el radicalismo
carente de iniciativas audaces y debilitado por la inflación permanente de
precios hasta la ofensiva del neoliberalismo durante los gobiernos de Carlos
Menem y Fernando de la Rúa
que terminaron por generar la crisis social de 2001. En definitiva, un período
de pérdida de soberanía en la sumisión al mercado a través de los organismos
financieros internacionales.
Paradójicamente, la sumisión al capital financiero
trasnacional y la impunidad de los golpistas de 1976 marcaron una nueva etapa
de la historia argentina, consolidándose
un capitalismo concentrado a través de la operación genocida aplicada en la
desaparición sistemática de personas. Es así que la acumulación de riqueza de
unos pocos grupos económicos (territorio de la élite golpista) conocidos como
“capitanes de la industria” fue celosamente custodiada por el aparato represivo
estatal.
Néstor Kirchner ha sido una de las
apariciones más deslumbrantes de América Latina. Con un anclaje territorial en
el Partido Justicialista, una organización política íntimamente ligada a los
derechos sociales y a la defensa de clase trabajadora pero que desde la década
del 70 se había visto cooptada por sectores reaccionarios, Kirchner en 2003 era
un gobernador santacruceño, apenas una propuesta apurada del presidente Duhalde
tras la muerte de dos militantes sociales en la represión de una protesta
social. Siendo segundo en la votación y
al no presentarse su rival Carlos Menem al ballotage, Néstor Kirchner asumía la
presidencia con apenas el 22% de los votos, condicionado por la situación
administrativa y la propia estructura partidaria.
Esta situación se
revertiría claramente durante el gobierno de Néstor Kirchner en dos
aspectos:
-
En lo económico, la negociación de la deuda y el rechazo al ALCA en la Cumbre de la Américas de 2005.
-
En lo político, la declaración de nulidad de las leyes de Obediencia
Debida y Punto Final (2003) y de
inconstitucionalidad de los indultos (2006) abrieron camino al juzgamiento de
las graves violaciones contra los derechos humanos en la apertura hacia una
democracia plena.
El liderazgo de Kirchner supo reunir a un conjunto
de demandas que parecían imposibles de concretarse: soberanía económica,
integración latinoamericana, defensa de los derechos humanos y revisión de la
identidad cultural. Es en una renovada política desde el Estado nacional donde
se hizo posible que la transversalidad de las demandas se aunaran en un
proyecto político nacional y popular que se ha convertido hasta el día de hoy
en el símbolo de la resistencia argentina al regreso del neoliberalismo y de la
atomización de los pueblos latinoamericanos.
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