viernes, 25 de noviembre de 2011

Radicales radicalizados


La multitud enardecida no cesaba de abuchear a sus dirigentes; éstos, suplicantes, intentaban vanamente calmar los ánimos. En la convocatoria resultó protagonista el la masa reclamante, que se erigió en voz sentenciosa de la Convención, ante el  rotundo fracaso de sus conductores.
La descripción precedente no corresponde a un episodio de la Revolución Francesa ni a ninguna otra celebre rebelión: alude al enojo de un sector importante del radicalismo, que se hizo público en la Convención Radical del sábado pasado en el Centro Asturiano. Allí, los jóvenes de La Cantera, la Organización de Trabajadores Radicales, la Juventud Radical y Franja Morada cuestionaron duramente los posicionamientos llevados adelante por las autoridades radicales frente a algunas políticas de contenido social y estatizante del kirchnerismo: no en vano se acusó a gritos a Gerardo Morales de gorila, palabra que aún siendo casi inalienable de la retórica peronista es la acusación más espontánea frente a quién sostiene principios liberales contrarios al interés nacional. "Jugamos plata o mierda y salió mierda, pero fue con vocación de poder", fue la pobre defensa que esgrimió Morales, ignorando que desde 2001 el radicalismo no ha podido volver a definirse electoralmente, al punto de zig-zaguear bruscamente del centro-izquierda (proyecto Frente Amplio Progresista) al centro-derecha (proyecto Unión para el Desarrollo Social). Al debilitamiento de las banderas y a la falta de un liderazgo capaz de hacer valer la historia del partido, se sumó el repudio a la idea de empecinarse en ser opositores, o “hacer antikirchnerismo bobo” según palabras de Leopoldo Moreau, fue quizás la manera más explícita de reclamar el mencionado retorno “a la senda de la socialdemocracia y el progresismo”, recorrido iniciado por Raúl Alfonsín al iniciarse la recuperada democracia.  Alfonsín, llegado el momento de hablar, expresó que “fue un error” pero no “una desviación ideológica”; sin embargo, ése concepto seguía circulando, acusador.
Consecuencia de éstas disputas, Nito Artaza y Moreau han expresado a los medios la idea de conformar la UCR en un partido nacional y popular”, que  decida “estar del lado de los desposeídos”, despojado de la influencia de "las grandes corporaciones periodísticas o empresarias” para "históricamente antimonopólica y antiimperialista”. En definitiva, la reunión de una serie de elementos característicos del kirchnerismo que permitan trabajar con la agenda exitosa del oficialismo.

La Unión Cívica Radical se encuadra por su origen dentro de la corriente nacional y popular, con un programa ético de lucha contra el fraude y la corrupción que contempló la lucha armada (1890, 1893 y 1905), aunque consiguiera la presidencia en 1916 por vía de los sufragios. Bajo el impulso de Irigoyen se asoció a la fuerza política a una mayor recepción de las demandas, a la protección de los recursos estratégicos y a la lucha por la institucionalidad frente a los abusos de los conservadores. No obstante, coincidiendo con la moda del “pensamiento único” promovida por Carlos Menem, el opositor radicalismo aliancista traicionaría la promesa electoral de abandonar el neoliberalismo y profundizaría la desprotección de los trabajadores mediante una repudiada flexibilización laboral (2001). Desde la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, la UCR asumiría una posición frecuentemente de centro-derecha, no populista y sin establecer una identidad formada sobre principios históricos. Al respecto, Jorge Xifra Heras, observa que “Cuanto más viejo es un partido, tanto más pronunciados son sus intereses materiales y, en ellos, la organización es lo principal y la ideología lo secundario. Modernamente, los partidos se guían más por razones tácticas que por principios. En el pasado siglo se exigía a los miembros del partido una fidelidad ideológica que hoy ha sido desplazada por la técnica de la conquista del poder.” (XIFRA HERAS, JORGE. (1965) Introducción a la política, CREDSA, Buenos Aires,
1965.)
En un contexto de creciente participación juvenil y en que la cooperación sudamericana es impulsada bajo motivaciones políticas, las demandas por una renovación dirigencial y la actualización programática han irrumpido con una violencia proporcional a su demora. Si el kirchnerismo supo movilizar y generar consenso fue porque supo resistir e interpretar los deseos sectoriales de una Argentina en llamas, no sin grandes resistencias a fuertes presiones en que debió necesariamente plantear respuestas originales y definir su personalidad política audaz y tenaz. He ahí las fortalezas del adversario político ahora reconocido, cimiento modelo de una incipiente construcción. Probablemente la Convención pueda ser indicador, más allá de los rasgos anecdóticos de las formas, del retorno a una serie de principios a los que una élite mediocre había hecho renuncia (por principio, toda discusión en un espacio político es buena al demostrar que existe un piso de democracia para ejercerla primero, y luego por poner a prueba la fortaleza de los argumentos en un dialéctica bajo posiciones de igualdad). Al radicalismo cabe ahora asumir su rol en el tablero, ofrecer una propuesta coherente, con permanencia en el tiempo, para lograr la convergencia de demandas perdida.

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