martes, 22 de noviembre de 2011

La amenaza tecnocrática

Por Santiago Ibarra

Política y ciudadanía
Muchas son las definiciones que a lo largo de la historia los estudiosos han dado a la Política, y a pesar de las distintas definiciones, todas ellas han concordado en los efectos prácticos: ninguna soslaya el rol protagónico de la política al momento de pensar la conformación o la transformación de los aspectos de la vida pública.  En su sentido clásico, ella expresa el estudio de los asuntos y formas que asume un gobierno que actúa sobre un territorio dado (la polis) sobre el objetivo de perfeccionar el bien común y regular la convivencia.
Ello no impide que la relación del binomio políticos/ciudadanía se halla visto erosionada cuando los representantes del pueblo han traicionado desde sus bancas las promesas electorales que motivaron el voto popular. Con frecuencia, la paulatina profesionalización de la política, el impacto de los lobbies mediáticos y el ceñimiento de los asuntos públicos a la tarea de consultores han degradado un espacio de decisión de que fueron distanciados actores sociales protagónicos de la sociedad civil.
En tal sentido, vale la pena esbozar el frecuente trayecto general del neoliberalismo en la política. El desengaño y la expulsión de las decisiones políticas de la sociedad civil ha culminado en una degradación institucional que ha favorecido la intervención de nuevos actores en la escena pública: los emisarios de los grupos trasnacionales, profesionales prestigiados por las instituciones neoliberales, colocados estratégicamente en influyentes lugares de gobierno. Ajuste fiscal (es decir, fin de la obra pública, gastos sociales, etc.), eliminación del Estado de Bienestar, endeudamiento y privatizaciones  fueron así causa de desempleo y pauperización, en una política arbitraria destinada a una modernización excluyente de la producción que derivó en una concentración de la riqueza en un mercado de monopolios. El resultado posterior, generalmente, ha sido una mayor condena pública hacia el sistema representativo y un mayor hundimiento en la crisis ante los problemas para pagar la deuda, renegociarla u obtener nuevos préstamos.


En tal sentido, la crisis argentina es ejemplar en sus causas y consecuencias, al exponer la falsedad de las promesas neoliberales: no hubo “mercado eficiente y competitivo” sino “monopolios con poca inversión”, ni “mercado de trabajo dinámico” sino “creciente desempleo”, en tanto que el “ajuste fiscal” promovido para garantizar un Estado libre de gastos fue contrarrestado por la dependencia de empréstitos del FMI. Pese al rechazo en 1999 de la política menemista, la historia se repetiría como tragedia: la designación de Domingo Cavallo como ministro de Economía en el gobierno de la Alianza, heredero del pionero Martínez de Hoz, reveló la poderosa influencia de los economistas como intérpretes de los jeroglíficos del mercado, ese monstruo inmenso al que “hay que calmar” con pedidos de compasión y el “sacrificio” del ajuste fiscal.
Distinta en sus causas, la crisis europea no deja de tener puntos de contacto con las manifestaciones en Latinoamérica iniciadas en 2001: se trata del empoderamiento de sectores de la sociedad civil que expresan con voz y cuerpo la disconformidad con las expectativas depositadas. Esta imagen de una “indignación” movilizante da por tierra con la calificación de la multitud demandante como una desprolijidad tercermundista, sino que expresa la búsqueda de profundizar la democracia en un contexto de tensión para garantizar o incorporar derechos.
La crisis, además, cuestiona severamente los proclamados éxitos del parlamentarismo y la Unión Europea al momento de pensar soluciones estabilizadoras. Si bien el parlamentarismo europeo había sido teorizado como emblema en cuanto a forma de gobierno estable, lo cierto es que pareciera agravar la fragilidad de los ejecutivos en tiempos de crisis, manipulados bajo la influyente presión de las mociones y lobbies. No es casual que en una de sus últimas declaraciones el premier griego Papandreu haya instado a que en las reuniones del G-20 celebradas entre el 3 y el 4 de noviembre los líderes mundiales "garantizar que la democracia está por encima del apetito de los mercados". En ese contexto, Papandreu se hallaba sujeto una posible destitución vía parlamentaria y se disponía a consultar al pueblo sobre la conveniencia de recibir un segundo empréstito financiero de la Unión Europea, por lo que las palabras pudieron fácilmente interpretarse como la proximidad de un golpe financiero y un avasallamiento de la seguridad económica griega. Papandreu, en idas y venidas permanentes, finalmente dimitió como primer ministro y se dispuso a integrar una coalición nacional con otras fuerzas políticas liderada por el economista del Banco Europeo Lukás Papadimos, luego de rechazar la idea del referéndum (¡por él mismo propuesta!).
Por otra parte, el debate sobre los beneficios de una pertenencia encorsetada a la UE (con sus exigencias del límite inflacionario del 2%) ha permitido ampliar el debate en cuanto a las pérdidas notables de soberanía en los países miembros, siendo cuestionados paralelamente los métodos de negociación, la preeminencia de los objetivos comerciales, el elitismo subyacente en las decisiones y la arbitraria situación de Francia y Alemania, elevados al rol de acusadores y jueces. De este modo, la unión enfrenta por vez primera un desafío real que amenaza socavar el prestigio de la integración regional europea.
Tecnócratas al poder
El proceso de suplantación de la política por la doctrina económica de los técnicos autorizados iniciado en Grecia amenaza con expandirse a lo largo de la eurozona, teniendo un correlato en Italia, donde el economista Mario Monti (Coca-Cola, Grupo Bildenberg y Goldman Sachs) se ha hecho del honroso lugar de primer ministro. La idea de una democracia tutelada por la razón de mercado es una posibilidad que empieza a percibir como probable un amplio conjunto de la población.
El fracaso (o la sumisión) de los políticos europeos en detrimento a la realización del bien público tarde o temprano tiene consecuencias. El fraude de una estabilidad económica basada en el endeudamiento y la dependencia, lamentablemente, suele agravar las crisis aumentando el poder a técnicos ponderados, ligados a los principales centros financieros, quienes siendo avalados como los únicos capaces de destrabar el conflicto económico profundizan la crisis en la reimplementación de las políticas de ajuste y regeneran el malestar social.


El ascenso de los técnicos bajo la piel de una nueva élite había sido ampliamente promovido ya desde las primeras usinas neoliberales, promotoras del reemplazo del políticos por administradores. Sin embargo, el analista Zbigniew Brzezinski supo considerarlos un riesgo ya que “que la entronización de los dogmas y la subordinación de las ideas a las instituciones, con su secuela de dogmatismo conservador, ponen un serio obstáculo al cambio social positivo.” Por ello mismo, discutir al tecnócrata economista constituye principalmente en desestimar todo un proceso de formación académico desprovisto de una educación sin ningún tipo de función social. En definitiva, planteada la educación como ámbito de estratificación diferenciada de la sociedad –en que, por supuesto, sólo quienes accedan a estudios superiores asumirán ámbitos de influencia superiores-, la omisión de los presupuestos de bien común por los administradores no ha terminado sino por degenerar la función pública en un contexto en que el alejamiento creciente del mercado laboral de grupos numerosos puede convivir con la ostentación de las élites políticas y económicas, casi indiferenciadas. Siendo la especialidad de los tecnócratas de la economía la formulación de mecanismos (inflexibles) destinados a alcanzar los mayores niveles de rentabilidad -mérito que les ha dado grandes esferas de decisión en el sector privado- el mal que aqueja a Italia y Grecia en la actualidad es doble: a) la fuerte ingerencia en la política nacional de individuos no autorizados por el voto popular y b) la desestimación de la posibilidad de dinamizar la economía local en la tarea de cumplir con los compromisos financieros.
La situación se agrava por el marco ideológico que el neoliberalismo brindó para destruir las posibilidades de una necesaria camada de gestores públicos, capaces de entender las demandas ciudadanas, función que antes competía a un político formado e informado, y reemplazo la aplicación de recetas de una dogmática académica afectada a las modas intelectuales. En definitiva, el vano intento de apagar un incendio con combustible.
Perspectivas.
Europa –y el mundo todo- asiste fabulosamente a un debate quizás inédito en Europa sobre la democracia y el rol de la ciudadanía. El empoderamiento de diversos movimientos sociales muestra el vacío de la forma del esquema representativo de gobierno y de las promesas neoliberales, con fuerzas políticas que cierran el debate público sin impulsar expectativas de sectores de la sociedad que se han empezado a movilizar. No se trata de cuestionar la democracia sino de profundizarla a través de respuestas o expresiones concretas en que las personas no sean tratadas como números. De todos modos, no faltarán núcleos extremos que en el marco del desempleo propongan limitar, expulsar e incluso amedrentar la inmigración, siendo funcionales a resguardar de responsabilidades a quienes con sus maniobras son los auténticamente responsables.
A la recuperación de la politización debería surgir la alternativa de un programa y liderazgo de emergencia para dar nuevos cauces de confianza; sin embargo, el hecho positivo es que varios europeos han comenzado a sentir un protagonismo inusual y se entienden formadores del cambio, ante el total avasallamiento de la democracia en el nombramiento de gobernantes ilegítimos avalados por un caduco sistema político. Florece así la posibilidad de un cambio global, en un mundo inevitablemente sistémico. Quizás, como sostuvo la periodista Stella Calloni sobre las asambleas argentinas de 2001-2002, los indignados perciban que “Detrás, debajo, antes y ahora está ese sonido de los pies marchando siempre, como un eco eterno de la vida contra la muerte. Detrás de cada acción, de cada acto imaginativo que ocupa los espacios vacíos del poder moribundo, está un camino que alguien anduvo –a veces ocultado por las malezas del olvido- y está lo nuevo que fermenta, crece y hace posible esta resurrección increíble con que entramos de nuevo en la vida, y en un solo acto –como de magia colectiva- sepultamos la esencia del colonialismo tardío que quiere caer sobre nosotros.”

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