martes, 21 de mayo de 2013

“Para leer al Pato Donald” (1972), de Ariel Dorfman y Armand Mattelart


  

DORFMAN, ARIEL y MATTELART, ARMAND. (1972) Para leer al Pato Donald. Comunicación de masa y colonialismo, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.

El revuelo subcontinental es obvio. Desde 1970, Chile ofrece al mundo el ejemplo de un gobierno socialista llegado al poder de manos del Pueblo, por la vía electoral. En un laboratorio de lucha antiimperialista, Ariel Dorfman y Armand Mattelart se proponen desmantelar los valores y legitimaciones dados entonces en una muy popular publicación infantil: las historietas del mundo Disney.

Los autores señalan la importancia formadora de la literatura infantil en materia de ética y estética. Concebido hasta entonces como un lugar inocente desprovisto de problemas, Dorfman y Mattelart advierten de su propuesta de analizar la reproducción de los valores del adulto alienado por el sistema de producción sobre su progenie en la imposición inicial del suplemento del relato disneylantesco, en un acto sustitutivo de la figura paterna.

La relación entre las pulsiones de los personajes tiene su abordaje sobre la descripción del escenario ficticio repleto de insatisfacciones, pasibles de vulnerar a través de la crueldad, la rudeza, el chantaje, el aprovechamiento de las debilidades ajenas, el terror. Ante la disconformidad de situaciones específicas, siempre alguno de los personajes invoca el restablecimiento de la relación de dominación/sumisión, retrocediendo a las jerarquías iniciales. No obstante, esta garantía de poder no se encuentra en las relaciones de los personajes con sus respectivas novias, objetos inaccesibles cuya belleza viabiliza la amenaza constante de la perdida y un carácter caprichoso generando insatisfacción permanente al audaz Mickey o al tope Donald.

Sobre el diálogo intercultural de los personajes, los autores profundizan la descripción de la identidad de salvaje (bueno = generoso = conveniente), valorizando la apacible vida de la aldea que mancomuna por sobre el orden egoísta y anárquico de la ciudad. Los niños y los salvajes, representación de la pureza en la tira, expone la asimetría entre unos y otros al hacer a los primeros inteligentes, astutos, dotados de conocimiento enciclopédico, capacidad de maniobra, disciplina y saber tecnológico. De este modo, quedan inculcadas las preferencias entre dos modelos, cuya diferencia se manifiesta en los lucrativos acuerdos obtenidos por los tres patitos.

Esta descripción de las relaciones entre civilización y salvajes continúa en la diferenciación que hace Disney del dócil salvaje frente a los revoltosos ladrones y los rencorosos revolucionarios de las urbes, dispuestos a la transgresión del orden existente y abrir la discusión sobre la distribución de la riqueza, representando papeles antagónicos sobre los que recae una condena moral a sus demandas de clase. La docilidad, por el contrario, de los salvajes permite evaluar las relaciones del imperio con aliados y dominados y sus ciclos de apropiación parasitaria de la renta de los países débiles, siempre susceptibles de obtener ganancias a través de la mercantilización de su exitismo.

“El criterio para dividir buenos y malos es la honradez, su respeto por la propiedad ajena”

El oro y los recursos naturales que son extraídos vilmente a los nativos dan legitimidad a los abusos de los “buenos” patos, siendo la especulación y el engaño favorecedores del azar, asimilado a lucro, de los protagonistas. Fracaso o éxito se signan por el comportamiento individual y el rol utilitario dado a las relaciones humanas.

Publicado en 1972, el ensayo de Mattelart y Dorfman mantiene incólume su vigencia, ameritando su lectura y un homenaje ciudadano sencillo: razonar sobre la intencionalidad y estereotipos impuestos por los formadores de comunicación masiva, aún principales constructores de realidad en esta era.


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