jueves, 2 de junio de 2011

¡Viva la muerte!... (4): Orden y democracia: “in God we trust”




Tras la hipotética muerte de Osama Bin Laden el domingo 1º de mayo, el presidente de los Estados Unidos Barack Obama pronunció un discurso en cadena nacional destinado a causar un fuerte impacto político. El acontecimiento fue anunciado como un éxito político del pueblo estadounidense. Por la contundencia de sus pronunciamientos, amerita revisarse la veracidad de sus afirmaciones y analizar el posible impacto en el estadounidense medio.
Inicialmente, Obama buscó sensibilizar a su audiencia. Osama Bin Laden es “el terrorista responsable del asesinato de miles de hombres inocentes, mujeres y niños”, aquél que dejó en familias “la silla vacía a la hora del almuerzo”. Pero lo que Obama omite es la responsabilidad histórica del Estado que preside y que ha dejado, en cada intervención armada que ha realizado, un número de víctimas inocentes sea por lesiones a la integridad física, pérdidas humanas o daños económicos. De esta forma, en el estado de guerra que genera cada enfrentamiento del ejército estadounidense, se suspende toda garantía y la población local inocente queda sometida al capricho de las fuerzas extranjeras, justificados bajo la argumentación de “daños colaterales”. Los miles de muertos iraquíes, ¿no serán víctimas en verdad de una política etnocéntrica sustentada en el eufemismo de “la lucha por la libertad”? y, en ese caso, ¿no podría hablarse entonces de genocidio? Obama niega referirse a las víctimas del intervencionismo, ya que implicaría poner en debate una política de Estado inamovible; en consecuencia, valoriza los muertos del atentado por encima de los muertos por la política que generó ese 11 de septiembre.
Por supuesto, es más sencillo recordar la imagen de los edificios encendidos del 11-9 que imaginar las violaciones de derechos humanos en Guantánamo y en los lugares de intervención. La escasa información de estos abusos se ha dado a conocer en episodios aislados, de los cuales los abusos en la cárcel de Abu Ghraib (2004) han sido los de mayor publicidad. Sin embargo, la posibilidad de autocrítica sería vista en Estados Unidos como una traición al interés nacional y un gesto de debilidad. El discurso de Obama no podía derivar en un novedoso comportamiento altruista y, conservando la estrategia de éxito de los líderes republicanos, se dirigió a realimentar los deseos de competencia y aguijonear los anhelos del triunfo nacional.
Es sorprendente también la intención inicial y el fin que Estados Unidos brinda a su relación con su ex agente. Obama advierte de su intención legalista: “autoricé una operación para capturar a Osama Bin Laden y llevarlo ante la justicia”. Sin embargo, tras referirse a la operación que dio fin al líder fundamentalista señala que “ningún estadounidense resultó herido” y que “tras un tiroteo, mataron a Osama Bin Laden”. Hasta el momento, sólo hay una aceptación sobre la responsabilidad de un hombre que se presume muerto, pero no hay pruebas de la muerte -el cadáver fue, según lo dicho, arrojado al mar- ni tampoco de la resistencia al aprisionamiento.
Otro aspecto llamativo es la convicción de Obama de que “Al Qaeda continuará con los ataques contra nosotros” y la innumerable cantidad de amenazas atribuida a la red, habida cuenta de que el éxito del terrorismo está dado en su efecto sorpresa y en los daños que produce. Seguramente Al-Qaeda tardará algún tiempo en desaparecer, hasta que surja un enemigo de mayor potencialidad y permita un negocio más lucrativo.
Sin lugar a dudas, las víctimas del 11-9 no eran los impulsores directos ni reales beneficiarios de esta política. El atentado resultó un instrumento para legitimar la influencia norteamericana sobre las zonas más remotas del planeta. Sin embargo, ello no quita que al ciudadano norteamericano medio, actuando en una sociedad cuyo gobierno toma grandes decisiones a escala planetaria, pueda llamárselo “inocente”, pues la responsabilidad nacida de ese hecho es incompatible con esa calidad. Eran ciudadanos que participaban de una sociedad imperial y agresiva, consumidores de las exacciones a poblaciones invadidas, y votaban representantes que sostenían una política exterior homicida. En este sentido, los “miles de hombres inocentes” a que se refiere Obama contribuyen a amenazar poblaciones, debilitar gobiernos, intervenir en territorios y derrocar gobiernos no afines.

Las últimas frases de Barack Obama están destinadas a realzar el espíritu nacional en lo que se considera un triunfo de los Estados Unidos sobre otra amenaza a la seguridad nacional. Es una advertencia de Estados Unidos a todo desafío externo, modificando las expectativas que gran parte del mundo se hacía tras las ida de Bush.(1) La afirmación “seremos implacables en la defensa de nuestros ciudadanos” resulta aceptable, pero a ello agrega que también lucharán por la de “nuestros amigos y aliados”, con lo cual habilita la posibilidad de intervenir en favor de gobiernos aliados en apuros, habilitando la violación de la soberanía nacional y el principio de autodeterminación de los pueblos a gusto. Al mismo fin pareciera responder el “hacer todo lo posible para prevenir otro ataque a nuestro territorio”, lo que habilitaría a la demonización selectiva de determinados gobiernos para actuar contra ellos. “La causa para asegurar a nuestro país no se ha completado”, expresa el mandatario, indicando la necesidad de estar alerta ante proximidad de un nuevo desafío. La nación del Destino Manifiesto habla en boca de su máxima autoridad política: “Recordemos que podemos hacer estas cosas no sólo por la riqueza por el poder, sino por lo que somos: una nación, bajo Dios, con libertad y justicia para todos”. 
Las repercusiones se evidenciaron en importantes festejos en la vía pública, seña de la impunidad de un poder coactivo que hace, enemigos, genera, tortura y asesina “enemigos”. (2)






NOTAS

(1) Santiago O´Donnell, analista internacional argentino, señala que «de un plumazo Obama se adueño de la guerra antiterrorista de Bush, esa guerra llena de mentiras y repudiada por todo el mundo incluso por los estadounidenses.
Es volver atrás reinstalando la tortura y la ejecución sumaria como métodos aceptables dentro de una excepcionalidad que sólo puede ser invocada por la supuesta superpotencia mundial, que ya no lo es tanto como se lo cree.» (en “Almuerzo gratis”, opinión en el diario argentino Página/12 del 8/5/2011, p. 25)
(2) Ernesto Semán, periodista del diario argentino “Página/12”, compara la algarabía en las calles con los registrados en la película “La fiesta de todos”, de Sergio Renán, que atestigua la felicidad en Argentina por la obtención del mundial de futbol de 1978, en un celo patriótico que ocultaba la represión, torturas y genocidio durante una tiranía militar. Señala, que, aún, así, «Lo de Estados Unidos fue aún peor en su perversión, en la calidad opresiva de su presentación, en la ignorancia con que la mayoría parece vivir el achicamiento de sus opciones. Desde los centenares de miles de muertos que se lleva la década al aplanamiento patriótico de la duda, y desde una sociedad disciplinada bajo el rigor de una guerra disciplinada bajo el rigor de una guerra indescifrable que los veinteañeros sólo pueden inteligir como una pelea contra el demonio corporizado en Al Qaeda, hasta el recuerdo de amigos y vecinos saltando al vacío desde trescientos metros de altura huyendo del fuego, los norteamericanos vivieron al captura y ejecución de Bin Laden en un registro e mociones mucho más diverso que lo que su propio país les permite expresar. Al menos en Argentina nadie en su sano juicio creía estar viviendo en libertad. (en “Bin Laden, la fiesta de todos”, en diario “Página/12” del 8/5/2011, p. 25)».


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